El día 19 de octubre pasado, varias embarcaciones de la Armada (!! y tan
armada!!) del Estado de Israel, abordaban al velero Estelle, de la III Flotilla
de la libertad, Rumbo a Gaza, en aguas internacionales, exactamente a 25 millas
de Gaza, el objetivo final de la larga y solidaria andadura del barco, que la
inició en el mes de abril en aguas suecas.
Había precedentes muy graves, y había amenazas e intimidaciones
abundantes para que se desistiera del proyecto. Ahora mismo se está celebrando
un juicio en Estambul por el abordaje sufrido en el año 2010, contra el Mavi
Marmara. No solamente fue un abordaje ilegal: mataron a 9 personas y resultaron
numerosos heridos. Laura Arau, participante de esa expedición y de la del
Estelle nos relató aquella cruenta agresión.
El velero Estelle cumplió su misión con toda la dignidad que le cabía y
la entereza de la que dio gala durante la travesía. Hubo resistencia, no se
acataron las órdenes por ilegales e injustas, además de infractoras del Derecho
internacional y del Derecho Humanitario. Pero, una vez más, la fuerza de las
armas y la prepotencia e impunidad de un Ejército acostumbrado a avasallar y
pasar por encima de los derechos de las personas y de los pueblos, remolcó al
velero hasta el puerto de Asdhott, en terreno israelí. Con él, las 30 personas
que íbamos dentro, fuimos transportadas de forma obligatoria a su territorio,
para ser expulsadas después de unas interminables 30 horas, acusadas -oh!
contradicción- de estar en el territorio sin autorización para ello. !Sin
autorización y sin voluntad, íbamos a Gaza y nos secuestraron!
Esta información es bastante conocida. Ahora me gustaría contar algunas
cosas que son menos conocidas, más difíciles de ver a primera vista y que me
han llamado a la reflexión.
La vuelta a “casa” fue una alegría incomparable. Los recibimientos, las
felicitaciones, los “ongi etorri”, los buenos deseos, las declaraciones de
amor, incluso, no paraban de sucederse. Puedo decir que me siento abrumada
dentro de la emoción que me palpitaba. Y entre tantas manifestaciones, se
repetían las preguntas y enhorabuenas: “gracias por haber ido”, “felicidades
por la valentía”, “vaya miedo que has tenido que pasar”, e incluso el cariñoso
“quién te mandará ir a estas aventuras!!!”. Por encima de todos estos
comentarios, la clave, seguramente, del proyecto solidario: “os seguíamos todo
el tiempo, estábamos pendientes de vuestro viaje, cuánta gente ha llamado para
darte ánimos”. El sentimiento de la compañía, de la solidaridad, del seguimiento
de la gente, es lo que, sin duda nos ayudó en esta resistencia.
No ha sido mucho tiempo el que ha durado este viaje, y en el propio
barco, solo estuve cuatro días y medio. Pero sí, fueron días de una intensidad
impresionante y se correspondían con la intensidad del recibimiento. En el
intento de contestar a las preguntas que me han realizado he ido articulando un
relato, muchas veces salpicado de anécdotas y sucedidos de tono divertido, para
relajar la agresión, que dejan claras dos conclusiones importantes: ha sido una
de las agresiones más violentas que he vivido “in situ” en mi vida, y, por otro
lado, es una de las experiencias más bonitas y solidarias en las que he estado.
Y a pesar de que el final estaba cantado, -no llegaríamos a Gaza-, creo que la
finalidad y el objetivo se han cumplido ampliamente.
La pregunta obligada es la del sentimiento del miedo en un momento de
una agresión tan grave, y más, por lo esperada y conocida. El miedo era una
hipótesis dada. La violencia, también. Sabíamos que iba a suceder un abordaje y
sabíamos que iba a ser con violencia extrema. ¿Cómo responder? Obviamente, la
respuesta, era de resistencia pacífica y no violenta. Sin otra finalidad que
remarcar únicamente nuestra finalidad y objetivos. Estábamos haciendo una acción
solidaria y humanitaria. El abordaje, en aguas internacionales era a todas
luces ilegal. Esto lo transmitían nuestras consignas, coreadas en inglés,
frente a los soldados que nos rodearon, primero, y nos abordaron y agredieron
después: “Estamos en aguas internacionales”, “El Mediterráneo es nuestro libre
mar”, “Desobedeced los mandatos del Estado”, “Nosotras estamos en paz, vosotros
hacéis la guerra”....
Juntos, pegados unos a otros, se trataba de tomar una posición en el
barco y resistir, los embites de los soldados. Queríamos impedir que subiesen
al puente y a la cabina y se hiciesen con el mando del barco, ya que era obvio
que no se iban a obedecer por parte de la tripulación sus órdenes de desviar el
barco de su rumbo a Gaza. Para lograr esta pírrica victoria de desviar el barco
tuvieron que utilizar sus violentos medios, incluso la agresión física mediante
las pistolas de descargas eléctricas. El previo intimidatorio, que duró cerca
de una hora, antes de la invasión del barco por parte de unos cincuenta
efectivos bastante armados, nos sirvió, contra todo pronóstico, para
tranquilizar nuestros cuerpos y hacerlos resistentes dentro del evidente
nerviosismo. Sin mucho esfuerzo consiguieron rendir a una treintena de
activistas que no teníamos más armas que nuestras palabras, nuestra razón y
abundante solidaridad.
No puedo dejar de mencionar cuáles fueron mis armas particulares y
propias. Se trataba de que, dentro de la estrategia de la resistencia
colectiva, individualmente no me perdieran los nervios, los miedos, los
descontroles... Se trataba de enfrentar la agresión, dentro de la dignidad y la
resistencia. Para ello utilicé por adelantado la solidaridad y el apoyo que
recibiría. Como si el tiempo y el espacio no existieran, me trasladé a nuestros
lugares e imaginé la febril actividad de mis colegas, convocando manis, ruedas
de prensa, haciendo circular los videos, preparando mociones y apoyos; adelanté
las muestras de cariño y apoyo que realmente he recibido más tarde y las sentí
en vivo y en directo, recibiendo con antelación la energía suficiente que me
daba fuerza; me reí, como me gusta, disfrutando del relato que iba a hacer de
este “momentico” a mis colegas: sentada en el suelo, agarrada a Jonathan con
todas mis fuerzas, teniendo en mi campo visual unas botas militares, bastantes;
gritando consignas en un inglés imposible, donde destacaban las palabras peace
y war; y, para espanto de la tropa que nos asediaba, cantando a voz en grito
“Hator, hator mutil etxera...”. Todo eso y el recuerdo vivo de Gaza, “la cárcel
abierta más grande del mundo”, me hizo mantener esta dignidad de vasca
solidaria. Pues por todo eso... Eskerrik asko.
Begoña Zabala Gonzále, Emakume Internazionalistak
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